Supuesta garantía de estabilidad para España, la monarquía ya no es la respetable institución de antaño. La gloria derivada del apoyo de Juan Carlos I a la transición democrática, tras la muerte de Franco, parece haber quedado atrás. La imagen del rey se ha deteriorado, no sólo por los escándalos financieros de su familia, también por su propia actitud.
En abril de 2012, el país quedó estupefacto al descubrir que el monarca no se había roto la cadera en el Palacio Real, tal y como afirmaba la versión oficial, sino durante un safari en Botswana. Avergonzado, el rey salió por televisión para pedir disculpas públicamente.
Peor todavía, su yerno, Iñaki Urdangarin, está implicado en un escándalo de corrupción por el que la Infanta, Cristina de Borbón, también fue acusada el pasado 3 de abril.
Nada de esto contribuye a mejorar la imagen de la familia real que, en un país estrangulado por la crisis económica, tiene cada vez más dificultades para justificar el costo de la monarquía española.
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